domingo, 4 de enero de 2009

Onomáforas y Metopeyas

Érase una vez, en un Bosque Inmenso de Neuronas, nuevos árboles y viejos árboles que poblaban y pueblan el siempre nuevo viejo mundo, un pájaro llamado Platón, que gorjeaba irónico:



Todos se escandalizaron convenientemente desde las raíces y
el pájaro Rimbaud, ocupado en versos y en vasos,
descendió al infierno. Allí disparó una vida inconveniente en donde ninguna palabra correspondía a la verdad (¿y qué es, qué es, qué es la verdad?, cacareaban las gentes ocupadas en blablablás, aunque a veces hacían kikirikí o kokorikó cuando cambiaban de país aparente)

y el pobre Arthur, quiero decir, Rimbaud, entró en el laberinto sin nombre en donde la A era negra, la E blanca, la I roja, la U verde y la O azul y prefirió pensar que la vida es un tremendo cómic (o quizá algo cómico) en donde (¡yaarrrrrrrrrrrrrrrr!) forcejeó con alguien que thunk, le propinó un vio-

lento navajazo (shunk) en las entendederas mientras el resto del mundo observante se estremecía (¡aauuugghhhh!) y a la vez se relamía (arf, arf) presto a decir lo que fuera y lo que no fuera (y por eso se quedaron todos plopos).

Quizás este cuento es estúpido (sigh) y quizá produzca una confusión entre sueños irreproducible (s-nk-n-r-x-x-nk) pero en cualquier caso sé que los pensamientos se oyen, que están ahí para ¡bang! y quizá para revolucionar el mundo y los sonidos re-presentan y las re-presentaciones suenan y sueñan y los sueños, sueños son, aunque no estoy muy segura de que no sean reales, porque qué es lo real sino el Eco del mundo de las cosas que suenan (bum, ñam, splash, zas) y se sueñan.

Uf.
Shhhhh...
Cof, cof.


P.D.: Dedicado (humilde-mente) a Luis Gasca y Román Gubern.

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