Una vez una niñita llamada Lucía vino al mundo con los ojos abiertos. Estaba perpleja.
Sus padres le preguntaron:
¿A qué has venido?
cuando apenas era un pelomilímetro.
La niñita se esforzó y se esforzó por que no le hicieran esas preguntas.
Quiso ser santa.
Pero se perdió en Alaska.
Evidentemente, yo no soy esa niñita. Soy humilde: tan sólo quiero ser sabia. Pero canta el Gran Pájaro Sócrates (uno de mis muertos favoritos):
Sólo sé que no sé nada
Sólo sé que sólo sé que sólo sé
que no sé...
¿Cuántas veces habré dicho esto?
Si nos damos forma o
los contornos predeterminados guían al animal humano y lo vuelven líquido, adaptable a la botella (o al cubo de basura, o al ataúd) que, a la vez, le oprime y le da forma
Si estamos en un espacio indeterminado del tiempo o
en un tiempo indeterminado del espacio
Si aprendemos mucho de los caracoles,
de las (a)simetrías
de las (des)proporciones
Si vivimos, nos bebemos o encontramos
Si, en realidad, no venimos con un manual de instrucciones (y mucho menos con un pan) bajo el brazo
a este o a cualquiera que sea este mundo...
pero queremos saber y entonces
nos formulamos un montón de preguntas y apenas llegamos
a atisbar nada en la montaña de las respuestas
(siempre tan lejana, a la que siempre
anhelamos llegar volando como las águilas
y no arrastrando
nos o a los demás como serpientes)
Y si veo que me pierdo en palabras,
buscando el sentido del sinsentido
o
el sinsentido del sentido
Entonces,
sólo entiendo que no entiendo nada
y
(es inevitable)
escribo palabras:
nacen como la niña de los ojos abiertos que no soy yo
nacen ateridas de frío y las guardo en un bolsillo
porque a menudo
nacen
en libretas
que, pensándolo bien,
experimentando con la física
de sus tapas,
son sus casas.
Y todo esto, claro, es una obviedad,
pero ya se sabe que la vida es beoda o redundante
o ambas cosas,
y a pesar de lo inestable del terreno,
sabiendo que escribir es en realidad abocarse a la muerte
o quizá todo lo contrario,
vivo en páginas
en donde cumplo años
o los descumplo,
voy hacia delante y hacia atrás,
leo y revisito días,
porque no hay nada más habitable
(sobre todo cuando nos asalta el frío)
que las casas
de palabras.
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