jueves, 14 de mayo de 2015

Estratos

Soy de un lugar en el que los cielos se incendian de hielo y de niebla,
soy de un lugar oculto a mil kilómetros de mí
en el que los huracanes cierran los ojos y se vuelven pequeñas sombras
en el que los seres que suben montañas efímeras se desdibujan.

En este lugar a medio camino de la nada y tú
las serpientes no silban y se esconden
los desengaños son amapolas que se arrancan
y mueren.

Hay quien lo llama resiliencia. Yo lo llamo ser,
simplemente, y no pararse a preguntar demasiado.
Amar la sombra, pero no el daño.
Amar la bilis que nace de los esplendores prefabricados.
Correr río abajo, contracorriente,
en un supremo esfuerzo por dejar de esforzarme,
por abandonar etiquetas y tallajes.

En este lugar tengo amigos:
a veces se llaman sol, a veces viento. Pero siempre
me dan la mano cuando busco a oscuras el lugar por donde
huir para comprometerme en seguir siendo
para subir hacia donde no se necesita
el ácido de las sonrisas de dientes afilados
de los enjambres de dioses confundidos.

Es un lugar humilde. No es un lugar perfecto.
Está hecho de capas de tristeza y paz,
de vidas amontonadas
por el paso de los años:
esas vidas que puedes leer en los pliegues de mi piel,
en las durezas de mis pies atados al camino de piedra
al roce arisco de la hierba
a la caricia de los días
pasados
nunca en vano.