todos los pensamientos del mundo no valen una violeta
pero a veces le corrijo y le digo qué sería de las violetas sin todos los pensamientos del mundo, acaso se convertirían en pasto de cerdos y vacas,
rumiantes
que se van preguntando cuánto vale un alma o
cuánto pesa un corazón.
A veces (sólo a veces) le sonrío para disimular que me voy desgajando (¿y quién no?) en una vida asimétrica, porque, como a todos
los ojos me engañan
y todos
sonreímos tristemente
a nuestros pocos aciertos
porque poco más
hay
a no ser
que cada nuevo día inaugura el mundo en el país de los
Homo avidens
aquellos que hablan y hablan y hablan
words, words, swords
sin pensar que quizá hay que tener la infinita paciencia de dejar madurar el silencio
la excesiva y espectacular valentía
de tener ganas de vivir antes de toda explicación
de toda razón
(o después)
porque, al fin y al cabo,
vivir es un lujo
que no está al alcance de todos.
Y me refiero al vivir-vivir,
no al vivir intestinal del simple tránsito,
al vivir
en silencio o en furia o en ruido
pero acorde
con la idiorritmia de cada uno,
teniendo el coraje
la valentía
de enfrentarse a todo lo que somos
lo convenienteinconveniente
lo buenomalo
lo monstruoso y lo angélico
y callarse a veces quizá
quizá porque un nudo nos cierra la garganta
pero seguir, seguir, seguir
viviendo.
En el Mundo sin Mapas (que es el de todos) los letreros dicen:
no puedo seguir, no puedo seguir, voy a seguir.
(Viviendo).
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