lunes, 25 de diciembre de 2017
Feliz Claridad
nuevos duendes perdidos entre buenos propósitos (navegar o engordar diez kilos de felicidad o
dar al traste con las estúpidas pretensiones de ser una nueva persona).
Son estos los días en los que ves por doquier
elfos y belfos de grandes preguntas,
hinchados de exclamaciones,
amores aturdidos y familiares,
viejas amistades gastadas,
viajes a través del tiempo de las ínfulas y las pretensiones de
estar para siempre, aquí, unidos,
porque la unión hace la fuerza y la fuerza, ya se sabe,
es esa rigidez que te abotarga las neuronas mientras intentas ser como los otros
y dibujar arbolitos nevados de buenos sentimientos,
papás noeles de barrigas cerveceras que descienden por chimeneas de pesadumbre
y piensas
-siempre piensas demasiado para sobrevivir mientras el resto del mundo simplemente se libera de la obligación de pensar-:
¿todos estos días en los que hay gente a solas con todo el mundo, llena de ácidas preguntas,
van a volver a ser los mismos?
¿todos los cavas del mundo excavan en las mismas ilusiones?
Quieres un viaje o un caballo o
que te retiren de la barandilla en la que te columpias,
pensando si alguien se tiró antes que tú.
Pero no quieres construir tu epitafio, sino una versión
mejor
-mucho mejor-
de ti misma.
¿Todo en esta casa grande que es la vida se reduce a un árbol con lucecitas, a un belén de figuras que se rompen año tras año
-primero el padre, luego la madre, luego el niño, y así te encuentras a solas con el buey que ara tus días-,
a un espumillón de ideas que no van más allá de la postura de estatuas albinas de deseos de sobrevivir a los días de sonrisas permanentes,
a los días de vidas tísicas,
que tosen buenas intenciones mientras esparcen el virus de la tuberculosis de mundo, ese que convierte cada día en cavernas del sentido?
Está claro que mi espíritu navideño es demasiado amigo de mister Scrooge,
aunque cuando miro la sonrisa que me mira siento que la claridad llega cuando los ojos aceptan ver lo turbio.
sábado, 9 de diciembre de 2017
Aire fresco
el mundo:
él te atraviesa y tú vibras según las corrientes del Averno o
del Invierno
o
de todos los lares enfurecidos que de repente han decidido que el mundo no es tu casa,
que apenas estás de alquiler de tus días
que tu piel no es tu piel
sino el forro de tus días.
Entonces, de repente,
viajas más allá de ti misma
y no esperas sobrevivir a la madrugada de las horas en blanco,
pero la vida es un viaje
del que siempre vuelves antes de apearte.
Somos todos tan superiores
y tan grandes y tan
enorme-
mente
brillantes que
la vida se nos queda pequeña y soñamos
con romper los límites
mientras quizá
lo único que vale la pena es ese temblor de ojos húmedos
ante lo que de verdad importa: estar aquí, ser aquí.
En el trayecto, sueltas lastre:
la autocompasión, el fuego de la ira, el hielo de la ida
hacia esa zona en la que ya no eres más
que el puro anhelo de
aire fresco.
domingo, 26 de noviembre de 2017
Tiempo
se me pierden los días
en una bocanada de humo distraído
y eres tú,
esa que te mira estupefacta porque aún estás viva
-cuando todo el mundo sabe lo difícil que es eso-,
esa que sabe que mañana es una frontera extraña que siempre huye hacia el horizonte.
Estás aquí. Ahora.
Otros vuelan en pos de sus sueños y tú
apenas sirves para aferrarte a sus filos imposibles,
pero sonríes porque, en el fondo,
no puedes ser nadie más que tú misma:
esa que pierde el tiempo
en recovecos de días transmitidos en redes,
en telarañas de historias
que te atrapan,
pero es tan hermoso ver la vida en los ojos de los otros
sabiendo que todos vivimos en el mismo cielo
de inmensas preguntas
Y es por eso que
aquí
ahora
estás escribiendo esto:
porque no conoces mejor manera de aprovechar el tiempo
que perderlo
en una hilera de palabras
como esta que,
por un momento,
han salvado tu mundo
de caer en el olvido
brumoso de quien se quiere bien,
se quiere eterna
se quiere
grano de arena en el desierto de los días,
ojos que beben negruras de quicios de horas
en las que
quizás
a veces
creen que no hay horizonte
ni mañana
ni ahoras;
aquellas horas que huyen detrás del tormento de los relojes angustiados
con el resquemor de la culpa impuesta por otros que comercian con tu mente
que lucha con los barrotes de los minutos perdidos en el desván de los sueños escondidos
porque,
como ya sabemos,
el tiempo es eso que pasa
cuando perdemos el tiempo.
martes, 5 de septiembre de 2017
Pestaña
A un minuto de pasar al otro lado del día,
descubres
que se te cae una pestaña como los tiempos cambian de piel,
como las serpientes cambian de año.
Pasa el tiempo, sí. Eres la pura hojarasca.
Te deshaces
Te desvaneces en tu propia humanidad
-esa que te avisa de que este cuento se acaba en algún momento-,
pero sabes que tienes una carta clara
para navegar,
una sola carta
en este juego:
luchar
contra la corriente marina de todas tus decepciones,
de tus abulias y tus días en blanco,
de tus miedos y tus roces
con el pequeño huracán
que cada día amenaza los bordes
de tu pequeña taza de café matutino,
ese barco en el que te zambulles sin pensar demasiado
y sin pisar demasiado
las losas
futuras
de tus
días
contados.
lunes, 14 de agosto de 2017
Vacaciones
de ese otro yo que te consume las horas
y consuma tus sueños.
Nunca sabrás
-salvo por ese escozor de los días que pasan-
hasta qué punto vivir
es vivir a la intemperie,
ayunar los miedos,
comer ese trozo de calle en tus esperanzas
que a veces se retuercen.
Solo si de vez en cuando te das vacaciones
de ese que eres tú desde el ala de las preguntas
podrás tener algunas respuestas.
No es importante, claro.
Las respuestas no son los hilos
que devana la mano que teje
la suerte con alevosía.
Las respuestas son el horizonte que nunca se alcanza:
lo que hace el camino.
Por eso, cuando des el primer paso hacia ese otro que eres tú
-en otro lugar, en otro tiempo-,
recuerda que estar vivo se parece a ese vértigo de no saber
hacia dónde te llevan
las horas
los sueños
los miedos
las preguntas
y los versos que cavamos
más allá de las certezas,
más acá de la quimera de las frases impuestas
por aquellos que,
en su trono de respuestas,
imaginan darnos forma
para construir
sus propias vidas.
jueves, 29 de junio de 2017
Día ineficiente
te espera ahí, con las uñas escondidas,
esperando a que te descuides y pierdas
tus segundos
tus pequeños milímetros de alma a solas.
El mundo está hecho
de pequeños instantes en los que
-dicen-
debes dar algo a cambio
por ocupar un centímetro de vida.
Pero a veces sucede que te cansas
porque eso es ser humana:
no rendir al doscientos por cien en un micromilímetro por segundo.
Así que a veces te duermes por los aleros de tu vida
se te congela el afán de murciélago que vuela de noche a pesar de todos los días
y te expandes en ese espacio en el que eres tú sin atributos
sin horas
sin prisas
sin apenas movimiento.
Descansas. Respiras.
Decides no matar
al duende de las horas
y pones un día ineficiente en el camino:
un día en el que pierdes
algo de recorrido
para recuperar el aliento del tiempo
y el afán de volar
más allá del vuelo rasante
más allá de las esquinas
que se doblan
y te asaltan
para que puedas parar
a recoger los pequeños pedazos
de tu alma compartida.
jueves, 25 de mayo de 2017
Cápsulas
te devanas los sesos a solas
como la madeja de neuronas que se tejen alrededor de los días en vano.
Te preguntas por qué el Mundo te pregunta
y piensas que, en verdad, debería ser en qué
y tú
responderías:
viernes, 12 de mayo de 2017
Piratas del tiempo
jueves, 13 de abril de 2017
Losas
de tanto pensar
qué deberías hacer
qué has hecho.
Es un camino largo
este que se tensa hasta el límite
de tu cuerpo de esperanzas,
ese montón de caminos posibles que sueñas
mientras tus pies se cubren del polvo
de los días vividos.
A veces suenas
a campana destemplada,
a tañer de muertos.
Pero otras
-como esta-
te levantas
te frotas los ojos
del alma
y aprendes,
una vez más,
a volar.
lunes, 27 de marzo de 2017
Tu máscara
Contraes los labios y esbozas
la sonrisa de los días cansados.
Llegas tarde a algún sitio. Siempre.
Resulta que por el camino
alguien te hizo daño
tú hiciste daño.
Somos las muecas perdidas de todas las vidas en vano
de los corazones rotos
de las creencias
y las dudas
de las esperanzas hundidas
en la arcilla
de los días que siempre se parecen demasiado.
La vida es un Gran Teatro, dicen,
pero todos pagamos por ella
el precio de los pasos confundidos
el dolor de pies cansados
la mirada que sabe que detrás de la mano va el puñal
o la indiferencia.
Tras los huecos de los ojos asoman las verdades
las bárbaras y tontas verdades
con las que llenamos nuestros días
diciendo que mañana será otro día
que este no ha sido en vano
cuando, en verdad,
somos aquel payaso que lucha contra la fuerza de la gravedad:
esa que nos arrastra por las esquinas de la duda
por las esquirlas de los deseos perdidos
en el callejón de cualquier escenario.
No tenemos luz cenital.
Si acaso, vamos desorientados tras la linterna
de aquel a quien creemos que nos salva
de nosotros mismos.
Y aprendemos a actuar.
Cada día. Cada vida.
Solo para olvidar
que si subes a escena ya no bajas igual
y que,
si te bajas, nunca te aplauden lo suficiente
ni te ven
ni te abuchean.
Eres solo ese pellejo que espera ser alguien cuando atraviese la puerta
del teatro
al acabar la función.
Eres tu máscara.
Esa que, de tanto fingir, se te ha pegado a la piel
y ahora lucha por darte
ese toque de verdad
que de mentira buscamos
cuando empieza la función.
sábado, 11 de febrero de 2017
Animal al acecho
en cualquier momento puede caerte del cielo una palabra
y fulminarte a escondidas, sin saberlo,
bordeando el hielo mutante del tiempo presente,
añadiendo más nada a la nada.
Para seguir el camino que se tiende
entre los principios y los finales
tienen que diluviar palabras,
palabras que te enfanguen en el mundo
y sus andurriales,
en ese recoveco en el que por casualidad
a veces eres tú y a veces nadie.
El camino es largo, sé consciente.
A veces se convierte en desierto.
Atraviesas arenas,
te abrasas los pies
-de versos, de páginas, de besos-,
te abrazas a las últimas preguntas.
Esto es vivir, en suma
de letras
y restos de olvido.
Esto es vivir:
doblar la página y colgarte de tus musarañas.
Las musas,
las arañas:
esas fieras que te persiguen cuando el día se dobla
(como las páginas)
y te abate la ira
o la vida
o la ida
que alienta
este tenso
y cálido
momento.