lunes, 19 de noviembre de 2007

Mutaciones

Construimos máquinas, nos volvemos adictos a las ficciones (y si no, véase el drama que está causando la huelga de guionistas allende el mar), los perros llevan microchip, hay ya ratones con genes humanos, soja con genes de lenguado, tabaco con genes de hamster. La genética y la robótica nos fascinan: pronto cerebros con implantes neuronales de ratas, pronto prótesis, ya no necesarias y curativas, sino fáusticas, que nos conduzcan a tener tres brazos, cuatro, los ansiados por el ser humano en su anhelo cada vez mayor de ser cada vez más perfecto. ¿Qué seremos entonces, superhumanos, suprahumanos, infrahumanos... inhumanos? Desde el exotismo macrofísico, que pretendía conquistar planetas y galaxias del cosmos al endotismo microfísico que pretende penetrar en el espacio íntimo de nuestros cuerpos para colonizarlos (y los experimentos, no por aislados dejan de tener una densidad alarmante), la tecnociencia empieza ya a ofrecer menús turbadores: ya no se trata de su uso medicinal. El uso medicinal empieza a ser una excusa para una actualización permanente: la presión por dejar de ser lo que somos (¿y qué somos, realmente?), para mejorarnos (¿y en qué consiste mejorar, si nos paramos a meditar un simple segundo?), es cada vez mayor. Hay que mejorar la apariencia física, la apariencia psíquica, la apariencia. El ser humano está en plena mutación: de homo sapiens a homo fictum. Las gallinas de Cortázar deben de estar frotándose las uñas y cacareando en algún idioma que ya desconocemos.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Autoayuda

Proliferan los libros de autoayuda como las moscas en verano. Ya no, claro, como las setas en otoño, que hay cosas que cambian. Yo me autoayudo, tú te autoayudas... Tanta repetición, aparte de gramaticalmente incorrecta, resulta socialmente nauseabunda. ¿Realmente nos quieren (¿quién nos quiere?) más felices? ¿No será que nos prefieren eficientes, consumidores, dóciles y contribuyentes? La cuestión es no pensar, no pensar. O pensar "correctamente" (?), "sanamente". Parece que existe una cierta obligación de "ser feliz" que ahoga (vamos a personalizarla) a la mismísima felicidad. Quizá todo sea más fácil. Quizá todo pase por asumir, no la resignación, sino lo que llega. En nuestra era tecnológica se priman los resultados rápidos, tangibles y mensurables. Consumibles. Yo consumo, tú consumes... Yo me consumo, tú te consumes... La gestión de la salud es cada vez más privada. No me refiero ya a toda la selva de mutuas de seguros, primas y demás anclajes, sino a lo que constituye nuestro único y verdadero capital: la salud. Porque el tiempo hace tiempo que ya no es nuestro. El ritmo de vida sigue una constante de cambios que nos exigen re-programarnos, re-ciclarnos, flexibilizarnos, a veces contorsionarnos, para ser eficaces. Aunque la eficacia no siempre coincide con la felicidad. Quizá bastaría con salir de las filas. Quizá no necesitemos, en verdad, ayuda. Quizás un punto de resiliencia, quizás un cambio de punto de vista, quizás un punto de locura. Quizá nada. Como diría Andrew Grove (ejecutivo de la compañía Intel): "En el mundo actual, sólo los paranoicos sobreviven".