domingo, 21 de septiembre de 2008

Saltando al otro lado

Y es ahora, en el instante elegido, en el que sé que debo saltar. Ante mis pies brota un arroyo de sangre pura, hirviente: la sangre de los guerreros no vencidos, la que riega las flores aromáticas de estas tierras, las flores que crecen entre zarzas, las flores que brotan de pechos enardecidos en la batalla. Sé que es el momento de lanzar mis flechas, sé que soy yo aquí y yo allí, al otro lado, pero sé que no persigo mi muerte, sino una suerte distinta, una suerte que se teje con segundos de otras vidas. Dispongo el carcaj, las varas punzantes son muchas, acaricio levemente sus puntas, me hiero en la yema de los dedos, es mi sangre confundida con la sangre de Otros, del Otro que espera el disparo, los ojos ardientes, el aire claro. Sé que no hay enemigo. Sé que sólo es una presencia invisible: la presiento. Sé que está más allá, quizá hacia arriba. Sumerjo mis dedos sangrantes en el arroyo de sangre: los beso, bebo el hijo de mil vidas. Retrocedo un poco, afianzo mi carrera: salto. Es un vuelo eterno, un lanzarse hacia arriba, toda yo ya flecha persiguiendo un objetivo en el que reposar un momento, un viaje vertical en el que, de forma inevitable, ahora lo sé, ahora las siento, son parte del combate, me atraviesan lanzas flamígeras que me encienden por dentro. Soy yo, es mi cuerpo, es el aire, es el bosque, es el mundo, acariciándome: estoy volando.

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