miércoles, 17 de septiembre de 2008

Nuevo día en el Nuevo mundo

Había caído la noche y la aurora me despierta hoy con suaves dedos. Apenas recuerdo nada que no sea el fragor de la lucha, el choque de los cuerpos. Me rodea el bosque con sus ramas: diríase que en cada hoja hay ojos que murmuran palabras de paz. Hay un lago cercano que no había visto cuando me adentré por el camino sin mapas: me inclino sobre la superficie, limpia como un espejo. Veo mi cabello suelto, danzando con el aire que apenas silba una melodía de tiempos antiguos, de un ayer al que no puedo decir adiós. No parezco, en este momento, una guerrera: junto a mí yacen mi cota de malla, el puñal, la lanza. Llevo un extraño vestido blanco, vaporoso, ribeteado de hilos de oro, que ondea al ritmo de las aguas. No recuerdo haberme puesto estas ropas. Me miro un momento. El bosque sopla el viento a través de sus ramas y me estremezco. No es, sin embargo, tiempo de descansar: disfruto un momento del albur de este nuevo día y recojo mis armas. La lucha continúa.

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