miércoles, 16 de noviembre de 2016

Dar de comer al dragón

A veces
esas cosquillas de vida se secan en tu cerebro y navegan por el mar de tus ahogados sin navíos:
alumbran fantasmas y escondrijos,
sudores fríos y terrores nocturnos.

A veces
el mundo de fuera toma posesión de tu espacio interior
y te preguntas
en qué momento perdiste el norte
y si hace falta volver a leer tus versos de urgencia,
esos que hablan de cuartetos de sordos y tierras baldías
en las que a veces nacen flores
o días
sonrisas
ideas.

Otras veces
te das cuenta de que esa criatura que te habita
y que te perseguía por los pasillos de tu casa
-ese lugar en el que se estableció tu infancia-
tiene un aliento ardiente que te quema hasta la última pregunta
te desvela por las noches
te nutre de pesadillas y clamores de inexistencia
te estrangula entre lágrimas estúpidas de sinsentido
cuando
lo cierto es que
basta escribir para que la pesadumbre se esfume
basta escribir para volver a habitar tus estancias de luz
basta volver a enarbolar el aliento rítmico que nace del sol de la tarde que se esconde
del frío que te reconcilia con esa parte de ti misma en la que yacen
el dolor y el amor
la resistencia y la persistencia
la sonrisa y la mueca
para,
vuelta a ti,
sin necesidad de entender muchos porqués
pero paladeando muchos momentos como este
en el que ser te ocupa
-más de lo que te preocupa-,
el dragón deje de acosarte y se convierta
en ese aliento que te quema por dentro
y sale al exterior
en busca
de horizontes de ojos
corazones
habitables
en los que
vivir para saber
que,
por un minuto
-este, u otro por venir-,
es posible cambiar el mundo
y respirar al calor
de algunas tenues respuestas.

No hay comentarios: