viernes, 16 de noviembre de 2018

Amar el rictus

He sido testigo del nacer de los Últimos Humanos,
apalabrados con el Grito del Viento,
aferrados a la quiebra de las últimas preguntas
porque
hace tiempo que olvidaron las últimas respuestas.

He visto lo que se construye con las manos ajadas,
el huir por la calle de los batallones del daño,
el crepitar de los huesos de los instantes en que nos creímos dioses.
Creamos dioses. Los queremos para que nos respondan,
pero nunca bajan razones desde el cielo vacío.

He vivido más allá de mí misma.
También de ti.
Porque en esto vamos juntos:
cuando lloras pienso en darte la mano
y en creer en los seres que creo.
Aquellos que,
aun viviendo detrás de la puerta agazapados,
arrancándose la piel de los dedos a tiras,
saben que
si sangras, sangramos todos
y si ríes
-ah, si ríes-
es que has descubierto que,
tras el rictus de los días perdidos,
hay un sinfín de flores extendidas a tus pies
para que no te deshagas
de esa parte de ti que no es hermosa como un amanecer rosado
sino
más bien
algo que se cuece en el vapor del aliento
de las horas amargas.