viernes, 2 de marzo de 2018

Caduquemos juntos

Dicen que todos tenemos
fecha de caducidad.

Dicen que somos yogures mal conservados, sin esas maravillas
químicas que nos conducen a ser
momias electrificadas que avanzan la mano hacia el futuro incierto
de las brumas ácidas de los días.

No sabemos cuándo fuimos envasados. A lo sumo, devoramos
los años que están por venir
devanándonos los sesos,
hilvanando bacterias
de esas que, a la que te descuidas,
te hacen un agujero en el estómago.

Y es que somos seres sin aditivos,
en absoluto envasados al vacío;
somos
eso que transcurre por el río de la vida
-metáfora inútil siempre, porque la vida más bien se parece al mar,
que según nuestro querido Jorge era el morir-,
afanándose por librarse del lodo que fuimos en un principio:
porque al principio era el verbo
llorar
y luego el
succionar
y el vivir pensando que,
si todos tenemos fecha de caducidad,
si nos sabemos mortales,
imperfectos,
algo ariscos
y cansados,
más nos vale jugar
a darnos la mano,
a correr por los prados de las horas
que vuelan,
que no se aprovechan porque no se comen,
sino que se viven,
quizá se beben,
se disfrutan a tu lado cuando
-me perdonarás esta declaración de amor alimentaria-
pienso que lo mejor que puede pasarnos
es que,
agotado el plazo,
caduquemos juntos.