viernes, 25 de noviembre de 2016

Las doce y cuerpo

Amaneciste tú, entre las esquinas,
rebordeando los escombros de la nada.
Tú, con tu tierna mirada fija,
el pie en el abismo.
Yo era esa que pasaba sin sombrero de preguntas,
a duda descubierta.
Tú escribiste en mi piel
la gramática de los alientos anhelantes
la certeza de saberse esperado.

Era un espeso revoltijo de infinito,
esperaba algo con largos ojos puestos en el espasmo de lo imposible.
Amaba fantasmas.
Tú concretaste
en tres milímetros de risa
que amar no es aquello que se cree,
sino más bien aquello que se crea a cada instante,
aquello que te da la forma que tú quieres
y tiene la virtud
de adelgazar los silencios tensos
de las horas cortadas,
esas en las que crees que debes ser alguien
algo
o más bien nada
a ojos ajenos.

Son las doce y cuerpo.
En el cuarto de nuestras íntimas reflexiones
-tan ancho como ancho es el mundo-
nos sabemos
nos recorremos
nos caminamos
nos amamos.

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