martes, 4 de octubre de 2016

Cambio

Abrimos los ojos esperando una migajas de Mundo,
de esa luz que te habita y te llena de risas.
Abrimos los ojos sin saber que estás dentro,
que eres el hueso de todas las revelaciones.
Es tan difícil sonreír si solo llevas un cartílago dentro,
si solo eres esa masa gelatinosa y rígida a la que estás acostumbrado.
Es tan difícil salir de aquí,
en donde estás tan cómodo,
que cuando lo haces ya no eres el que eras, sino ese otro que se pregunta por qué has tardado tanto,
por qué no lo has hecho antes.

A veces creemos que todo va a ser así para siempre,
de esa manera en la que nuestra alma bosteza,
nuestra sangre se entibia y se hiela.
En ese estado en el que los problemas caben en la palma de una mano,
pero nos parecen montañas.
Ese estar sin ser en el hueco de las horas que se doblan y se desperezan como un gato
de ojos verdes y color de pan recién hecho,
ese espacio blandito y mullido en el que nos parece que no puede haber nada más.

A veces somos otros.
Otros que lloran
y ríen y se
agotan buscando soluciones que amen la claridad de los días recién estrenados,
esos en los que duelen los minutos por cargar las cajas de nuestras pesadumbres,
esos días en los que nada está hecho,
en los que te ves capaz de mover montañas aunque ellas se precipiten sobre ti con su sombra alargada,
esos espacios dentro del tiempo habitable
que dejan de darte forma,
esos lugares en los que puedes pasear por el interior de ti mismo
como por una habitación desordenada en la que todo es posible,
desde el caos de las preguntas hasta el llanto de los ojos que queman porque saben que,
una vez más, se habían acostumbrado a la misma vista,
al mismo horizonte mil veces repetido,
cuando la verdad es que, dentro, más allá, palpita ciegamente el cambio que hace
de nuestros segundos
milenios largos que pasan y se quedan y palpitan
a toda velocidad
a pesar del peso de nuestras pisadas,
a pesar del paso de nuestros pies cansados.

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