miércoles, 30 de septiembre de 2015

Creo en la claridad de tus ojos

Creía saber lo que era la muerte
porque murió mi padre
porque murió mi madre
más de un amigo
más de un horizonte
más de una parte de mí.

Creía saber lo que era la muerte
porque yo misma he muerto muchas veces
abanicando el paso de los días
-tan ligero, tan vehemente, tan adusto,
tan oscuro-.
Creía, sí.

Pero aún me faltaba saber que la ausencia
es ese espacio que ya no habitas,
ese agujero en el universo con la forma de tus versos,
ese no saber
-nunca más-
cuándo íbamos a volver a vernos.

Ahora sé que es posible sufrir más de lo debido,
pero que en algún lugar de tu recuerdo
-en los días llenos ya de noche-
tú guardas mi memoria y la de todos.
Porque tú retienes el olvido,
tú tienes todos los mapas en tu mano,
todas esas rutas que conducían a ti
y a la verdad de tus ojos estrellados.

Tú vives en nosotros, amigo.
Ahora sé que, en la oscuridad de la noche,
es posible ver la luz
de tus días,
de tus palabras y risas,
de esa frontera desde la que nos hablas.
Porque creo en ti.
Creo en la claridad de tus ojos.
En la voz que iniciaste
desde el vértigo premonitorio
para conjurar la soledad
que ahora se ensancha
hasta llegar a otras voces que,
junto a la mía,
se alzan para buscarte
más allá de la muerte
más acá de los dientes
que nos clava el recuerdo
en este país de las voces que se han quedado sin dueño
porque falta tu mano
faltan tus versos
faltas tú.


(A Enrique Clarós. In memoriam)

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