viernes, 7 de noviembre de 2014

Tautarca

A veces me gusta jugar a los poemas
a veces resulta que creo que puedo salvar al mundo,
cuando lo cierto es que hace tiempo que se acabaron los salvavidas
que todas las vidas van a la deriva en este barco que se rompe entre reclamos publicitarios
y voces de sirenas.
Sucede que la vida sucede a treinta grados bajo cero de almidad
-si eso existiera-
y que ese frío almario es lo que nos dan las bocas que vociferan versos de azufre encendido
con el que calmas las penas del ir andando
hasta el centro comercial en el que se venden las flores enfermas de nuestros corazones:
amores escondidos, mujeres desesperadas, hombres cansados, viejos demonios colmados
de sexo en espera mientras el mundo,
esa máquina tragaperras en la que raramente se alinean las frutas de la pasión,
da vueltas sobre un eje que se rompe,
podrido decía el alcohólico Charles,
poco antes de bajar a sus infiernos.
Y sin embargo...
sabes que cuando amanece tu sonrisa nada es tan grave ni tan para siempre ni tan
especialmente duro como para tener que inventarse una vida perfecta
-llena de dientes que sonríen al compás de la tarjeta de crédito de existencia-,
que cuando tus ojeras navegan a través de los tiempos
sabes que en ellas reside el secreto
de nadar contracorriente
sin amarras
en vuelo libre
de gaviotas
patosas y carnívoras de los peces
abisales
que se acurrucan al doblar la primera esquina
del último instante.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé por qué ya nada me asombra de Rosario Curiel... Prosa que retumba con su eco en el aprisco más tenebroso y hace la luz; versos que despiden la pus asqueante de un mundo que devora gentes, y transforman tanta hediondez humana en remanso.
Nada, mi querida Rosario, que ya ni "colega" me atrevo a llamarme cuando de ti se trata... Mis respetos y admiración te lleguen sobre las olas que arriban a la península desde este lado del charco.

Rosario Curiel dijo...

Mil gracias por tus palabras, Tomás. Me conmueve que seas sensible a la luz de las sombras.

El respeto y la admiración te los debo yo a ti, maestro.

Un abrazo transoceánico.