jueves, 30 de mayo de 2013

Espeluznante alborada

la que se estrella en el muelle de los cristales rotos,
lleno casi el navío de ilusiones infundadas,
de bobas creencias en la bondad
de los hombres-lobo humanos.

Oscuro el pasaje que puebla el navío si sobrenada en la ciénaga
de esperanzas perdidas, sueños a contracorriente
-siempre demasiado arriba, demasiado,
demasiado arriba,
arriba-,
cimas inalcanzables y viejas heridas.

Tenías razón, Emily:
"No sueltas el puñal porque amas la herida".
Pero no es mi intención aquí hablar con los muertos
-tú, tan perdida observando ya tu funeral de antemano-
sino desangrar letras,
romper la carcasa de las ideas,
optar al premio del ir viviendo
-o sobreviviendo-.

Y tampoco es eso.
No quiero, no queremos, ser libres, sino autónomos,
tener el timón de nuestro barco,
otear las estrellas con el estremecimiento de los Mundos Nuevos
-preguntándonos en qué momento se encendió el cielo-,
así que, cuando el barco casi se rompe
-y siempre sólo se rompe casi-
y apenas nos queda una simple madera a la que agarrarnos,
lo prudente es callar, brillar, y seguir remando.


No hay comentarios: