martes, 14 de septiembre de 2010

De vita beata

Aprender a estar
a solas con uno mismo
(cuando ya es bastante difícil aprender a estar
con los demás)

dar valor al espacio que se habita aquí y ahora
prometiéndose no estar antes
y mucho menos después
porque aún nos podemos permitir el lujo
de estar aquí y
allá
sorber la vida lentamente
(puesto que ella ya se encarga de absorbernos a toda prisa)
echar de menos a quien se quiere
darnos autorización
para sentir dolor
cuando sea triste
y necesario
el momento

no ir más allá de nuestras propias necedades
(puesto que inevitable es
ser necio
en este mundo de pretendidamente
seres ultrainteligentes que nunca fracasan)

atreverse a dar el paso que nunca darías
o
a dar el paso que siempre das...

Tanto da
al fin y al cabo
lo únicamente esencial
y esenciable
es saber oír el silencio
que a todos nos habita
y saber decirnos que,
si el ruido de por ahí dentro es infernal,
son nuestros demonios los que ladran y aprietan las sienes de nuestra casa
y, después de todo, no van a instalarse en ella para siempre
porque aman los alquileres y desprecian las hipotecas a vida o muerte
y, quizás algún día, quizás en este momento
que es cualquiera, nos van a dar la pata, obedientes y contentos
por haber cumplido su función de alterarnos
para que sepamos que vivir, al fin y al principio
es pender de un hilo
umbilical
o electrocardiográfico,
pero pender siempre
colgar sobre una superficie que a veces nos recuerda
que tenemos dos pies
para afincarnos en este mundo huidizo del instante aprovechado

y es por eso que, a menudo, para volar miro primero abajo
y jamás hacia arriba.

No hay comentarios: