martes, 27 de julio de 2010

Arabesque

Y uno, y... dos.

De puntillas sobre tablas

de madera desgastada,

una figura

reaparece

blanca

y aún más blanca,

animada por mil ojos

fantasmales,

por mil ojos

expectantes

dirigibles

modulables

inmutables:

candilejas.

Y... el pie lucha

por no acordarse

de la sangre aprisionada,

contenida apenas,

derramada por sus dedos,

titanes que cargan el peso

del cuerpo que pugna

por volverse

etéreo

sobre alas de raso.

Ahora el cuerpo esboza

un intento de calma

sosegada

por un pecho

apenas obediente

a un cerebro que le ordena

ser

poco ostentoso

en sus latidos

de respirar agitado.

Perlas de sudor

recorren un cutis brillante,

rompiendo la piel

que manos expertas

habían ocultado.

Pero... No pasa nada.

Sólo un paso.

Uno más.

Tempo lento. Adagio.

Arabesco:

equilibrio

tensionado.

Levanto

-con sumo cuidado-

una de mis alas.

Siento un gran peso

en mi espalda.

Tronco erguido

-frente noble-

piedra angular

de mi vuelo

entre el cielo

y el infierno.

Arriba... y abajo.

La función ha terminado.

Y uno, yyy...

Vamos, vamos,

reverencia,

saludo:

señoras, señores.

Tanto bailas,

tanto vales.

Oh mundo

tan

respetable.

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