Y uno, y... dos.
De puntillas sobre tablas
de madera desgastada,
una figura
reaparece
blanca
y aún más blanca,
animada por mil ojos
fantasmales,
por mil ojos
expectantes
dirigibles
modulables
inmutables:
candilejas.
Y... el pie lucha
por no acordarse
de la sangre aprisionada,
contenida apenas,
derramada por sus dedos,
titanes que cargan el peso
del cuerpo que pugna
por volverse
etéreo
sobre alas de raso.
Ahora el cuerpo esboza
un intento de calma
sosegada
por un pecho
apenas obediente
a un cerebro que le ordena
ser
poco ostentoso
en sus latidos
de respirar agitado.
Perlas de sudor
recorren un cutis brillante,
rompiendo la piel
que manos expertas
habían ocultado.
Pero... No pasa nada.
Sólo un paso.
Uno más.
Tempo lento. Adagio.
Arabesco:
equilibrio
tensionado.
Levanto
-con sumo cuidado-
una de mis alas.
Siento un gran peso
en mi espalda.
Tronco erguido
-frente noble-
piedra angular
de mi vuelo
entre el cielo
y el infierno.
Arriba... y abajo.
La función ha terminado.
Y uno, yyy...
Vamos, vamos,
reverencia,
saludo:
señoras, señores.
Tanto bailas,
tanto vales.
Oh mundo
tan
respetable.
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