martes, 4 de agosto de 2009

Yo, cyborg

  1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño.
  2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto si estas órdenes entran en conflicto con la Primera Ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.
Hace tiempo que estudiamos las Leyes que hace tiempo iniciaron nuestros mayores. Hace tiempo que hace tiempo.

Atados a nuestros teclados, parpadeantes seres que estupefactan la ficción de eso que se llama vida, languideciendo ante las promesas de relaciones no personales que se han desdibujado en redes o se han multiplicado hasta ser seres incapaces de tanta capacidad almacenada en nuestros terminales.

Con un abrir y cerrar de ojos se encienden nuestras pantallas.
Con un abrir y cerrar de ojos el sistema operativo nos comunica que seguimos vivos.
Un marcapasos define el ritmo de nuestros antiguos corazones.
Múltiples válvulas regulan las presiones de nuestros sistemas límbicos.
Nuestras neuronas apenas recuerdan tener genes de rata.

No obstante...
Seguimos preguntándonos qué hacemos, quiénes somos, a qué
hemos venido.
No somos robots. No tenemos leyes robóticas que respetar. Somos los grandes híbridos de nuestra revolución digital.

Y abro y cierro los ojos: 2001, 2009. No ya Odisea en el espacio, sino en la Tierra. Esta Tierra que se nos hace pequeña y en la que tenemos, por fuerza, que inaugurar un Nuevo Mundo. Empezando por nosotros. Por ti. Por mí. Cierro los ojos. Los abro. Algo parecido a una lágrima me hace feliz: cualquier sorpresa sigue siendo adictiva. Sueño, veo, hago. Y quizás en eso se resume el ser humanos.

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