lunes, 22 de junio de 2009

Autómatas

Primero fueron las cajas de relojería con música: las estatuillas bailaban sobre tapas de máquinas del tiempo inventado. Tapas decoradas en pan de oro. Tiempo apenas sensible al paso del tiempo, pero con la angustia primeriza de quien descubre algo que no tiene vuelta atrás.

Luego fueron los motores de vapor, quemando combustible en lugar del glucógeno humano.

Más tarde, abrieron puertas con células fotoeléctricas

digirieron/dirigieron misiles
resolvieron ecuaciones diferenciales.

Hoy ya no hay estatuillas que bailen en círculos alrededor del tiempo. Hoy el autómata humano se divide en policulturas minimalistas que le explican lo necesario para seguir funcionando mientras devora plástico
y medita sobre
las verdades imposibles
las mentiras improbables
formando de a uno en las filas que van directas
a la hoguera de las vanidades,
a la fábrica de clones fragmentados en donde
ser uno no es
más que ser uno mismo.

Árida experiencia. Intraducible.

Mientras, desfilamos a golpe de reloj,
marcando el tic tac
sin oír el cantar de pájaros que advierten
que nuestros huesos son en su interior flautas
que suenan
sin pausas
que suenan sin
pautas.

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