martes, 27 de enero de 2009

Habitantes-Replicantes

Los habitantes de las casas de palabras son gente extraña. Hubo alguien, de nombre esquivo, que me dijo: Los escritores no sois personas normales. Yo me reí entonces un poco y procuré poner la más digna de mis (más)caras.

Pero tenía razón. Somos gente extraña.

La gente que escribe

(a escondidas o en público;
en páginas, pantallas, servilletas, nubes, diarios, tablillas de cera, cáscaras de naranja, paredes y mesas, por citar algunos soportes conocidos)

no es gente normal

(por cierto, ¿qué quiere decir normal? ¿lo que se ajusta a la norma? ¿qué es la norma? ¿la ley? ¿lo que decide la mayoría? ¿qué es la mayoría? ¿la gente cuerda? ¿estamos, pues, todos locos, como el Sombrerero de Alicia? ¿qué hago de nuevo perdiéndome en preguntas? ¿cómo escalar la montaña de las respuestas?)

Porque hay que ser rara para morirse
(quizá de endecasilabitis)
descender a los Infiernos
(¿qué tal andamos, Dante?)
arder en ellos
(¿qué tal, Quevedo, en tu bosque de flechas y guadañas?)
y volver para contarlo.

Somos, de hecho, animales extraños, Catoblepas que se devoran y regurgitan su carne convertida en palabras, palabras, palabras,

caminan por varios mundos
como muertos vivientes
o como vivos murientes,
unos impresentables
(porque no se puede presentar a quien nada sabe, salvo diciendo
este/esta/esto
es y no es),
replicantes
que conocen el miedo de vivir
en la guerra de la vida,
fabricantes de armas.

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