viernes, 5 de diciembre de 2008

Si el horizonte no lo impide...

... empiezo a caminar cada mañana: primero es un telón oscuro, azul plomizo, que deja adivinar una leve cortina rosácea justo en el límite en el que empieza la luz. Luego se aclara. Celestes y naranjas, los paisajes aéreos se levantan y me llevan de la mano de antiguas estrellas.

Es una sensación nueva a cada momento. Los ojos no bastan para contener tanto y tanto
UNIVERSO.
Las pupilas se dilatan y se llenan de rayos que guían
en la noche de la selva de juncos pensantes
en la noche de la selva de zarzas de gargantas abiertas
y prestas
al desgarro de lo ajeno.
Se necesitan nuevas fuerzas para llover cada mañana.
Nuevas fuerzas
para conocerse a sí mismo
(a mí misma)
porque es terrible
conocerse
sin una previa preparación al terror
de la noche
a la tensión
de la exigencia vital
del ir viviendo.
Porque el perfecto ser humano que habla y habla
desata la indignación de los
imperfectos
seres humanos.
(Curiosamente, soy imperfecta, pero no me siento indignada. Así que me muevo en la extraña sombra del ir naciendo
a tientas
a movimientos
espasmódicos
de enjambres
de ideas)
Creo en las palabras:
Bienaventurado quien no se escandaliza de mí
Bienaventurado quien sostiene la mirada del perfecto.
El pobre pájaro Ludwig (que canta witt-witt-witt-gens-gens-tein), tan lleno de secretos, sigue hablando desde algún árbol en esqueleto:
¿Cómo llamarías al perfecto?
¿Es un ser humano?
¿Es una virtud humana el exceso de palabras hirientes-zarzas? ¿La sensación de espada flamígera entrando a expolio en el Paraíso? ¿En las garras del Paraíso?
Si el horizonte no lo impide, cada mañana me levanto preparada para la guerra de ver cómo se desplaza el horizonte entre la selva de verbos. Los juncos se curvan. Pero no se rompen. El cielo es progresivamente azul y rosa-anaranjado. La piel se me camufla con líneas negras. Siento el nacimiento acerado de colmillos en mi boca. El poder leve y absoluto de las zarpas en la tierra.
Me apresto al salto.

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