lunes, 6 de octubre de 2008

Fragor

Agazapado, en una grieta del camino, surge el enemigo invisible, se aferra a mis pies, detiene mis manos, retuerce mi cuello, transforma mi gesto en la sorpresa de una muerte inminente, soy yo y soy él, somos dos o mil en lucha, el estruendo es increíble y las armas se cruzan, por fuera en el Nuevo Mundo apenas ocurre que algún terremoto ha hecho nacer nuevas montañas-mares, pero en mi metro cuadrado de antigua bonanza el fragor es inclemente, no puedo seguir, no puedo seguir, voy a seguir, sangran mis antiguas cortezas, se quiebra mi coraza, ya las armas empuñadas se vuelven contra mí a manos del enemigo invisible a quien sin embargo conozco, estoy apenas agonizando, estoy a punto de expirar, el musgo se cuartea, el aliento casi se extingue, lucho por pensar en nuevos caminos en nuevos caminos en nuevos caminos
y entonces
mis ojos acarician el alma de un pájaro que por casualidad pasaba por aquí y piden clemencia
(Con los labios fruncidos y la garganta hecha jirones cantaré el alba de un Nuevo Día)

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