jueves, 18 de septiembre de 2008

Voz de los árboles

Una repentina ráfaga de viento me detiene: entre los ecos de la lucha que se avecina, me es concedido distinguir la voz de los árboles. Entiendo que me hablan. La lengua con la que se comunican es antigua, pero apenas conozco los códigos aún, a pesar de que hace años, muchos años, que mis pies hollan la tierra a la que acabo de llegar. Me llega, sin embargo, un mensaje claro sobre el deber de mi vida, el deber en mi vida que es ponerme en pie, afirmar la voluntad simple de ser más allá de las batallas, zambullirme en el agua en busca de sueños. De lo contrario, una simple brizna de hierba puede derribarme, abrir heridas a través de mis defensas. Creo que lo que escucho es cierto, que debo seguir este camino. Porque la sabiduría que me habla es antigua, impulsa el vuelo vertical y a la vez lo ata, porque los árboles son sus raíces y el viento que los atraviesa hace presentes sus palabras. Y me siguen hablando, hablando en un instante que peina siglos, que incendia mares, que vive, aunque las estrellas que me guían caminen de espaldas.

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