viernes, 26 de octubre de 2007

Estado estupefacto

Los compases del mercado nos alegran la vida, titánicos y tiránicos (titá-tirá), con anuncios engañosos para hacérnosla más fácil. Ya cuelgan adornos de Navidad en algún lugar. Ya se abren los bolsillos parpadeando ante los gastos posibles. Quizá ser es gastar. Quizá ser es desear. Quizá ser es, curiosamente, no ser. Ya descubrió Pico della Mirandola, allá por 1486, que es propio del ser humano el hecho de ser indefinido y moldeable. Somos una forma fluida y siempre abierta a las digresiones de la historia. Quizá no debería afirmar esto. Quizá debería limitarme a preguntar. Frente al mundo que nos crea y nos etiqueta (y nos vende al mejor postor), ¿por qué no inventar nuevas formas de ser en el mundo? Y, ya puestos, ¿por qué no inventarnos nuevos mundos para habitar? Porque, como dijo alguien (hola, Nietzsche), estamos cansados del hombre (léase que de la mujer que se fosiliza a base de modas cambiantes también). Porque formar parte de la única especie no fijada es una cualidad valiosa y específica de esto que nadie sabe qué es pero que todos somos: ser humano.

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